Más de un siglo ha pasado desde su ejecución, pero Émile Dubois sigue vivo en la memoria popular chilena. Su tumba en el Cementerio de Playa Ancha, en Valparaíso, es visitada por quienes creen en sus favores milagrosos. Nacido en Francia como Louis-Amédée Brihier Lacroix, Dubois emigró a Sudamérica huyendo de la justicia, adoptó múltiples identidades y se instaló en Chile, donde entre 1905 y 1906 asesinó a prestamistas y comerciantes adinerados. Alegaba atacar solo a usureros extranjeros, ganándose así la simpatía del pueblo que lo vio como un Robin Hood moderno. Su primer crimen fue en Santiago: el asesinato del alcalde de Providencia, Ernesto Lafontaine. Luego siguieron asesinatos en Valparaíso: Reinaldo Tillmanns, Gustavo Titius e Isidoro Challe. Capturado tras fallar en un asalto, su juicio fue un espectáculo mediático sin precedentes. En 1906, tras un terremoto que destruyó la cárcel, Dubois se negó a escapar, proclamando su inocencia. Fue fusilado el 26 de marzo de 1907, dando él mismo la orden: “Ejecutad”. Hoy, su figura oscila entre mito, criminal y mártir, perpetuada en el imaginario colectivo chileno.

