Durante más de doce siglos, figuras religiosas desafiaron a los papas legítimamente elegidos, autoproclamándose líderes de la Iglesia Católica. Estos hombres, conocidos como antipapas, surgieron en contextos de crisis políticas, divisiones internas y presiones externas, especialmente de monarcas europeos. Según la Enciclopedia Britannica, hubo alrededor de 40 antipapas entre los siglos III y XV. Estas figuras eran elegidas por facciones rivales dentro del clero o por intereses seculares, generando cismas y divisiones profundas en la Iglesia. El último antipapa fue Félix V, también conocido como Amadeo VIII de Saboya, quien reinó entre 1439 y 1449 tras ser nombrado por el Concilio de Basilea. Dimitió una década después, cerrando definitivamente este capítulo de la historia eclesiástica. Durante el Cisma de Occidente (1378-1417), incluso llegaron a coexistir hasta tres pontífices simultáneamente, cada uno con sus seguidores y estructuras de poder. Aunque el fenómeno desapareció tras el siglo XV, su legado histórico muestra cómo las luchas de poder, tanto religiosas como políticas, influyeron profundamente en la evolución de la Iglesia. Hoy, los antipapas son vistos como símbolos de las divisiones del pasado, pero también como recordatorios de la necesidad de unidad en la fe.