jueves, mayo 15, 2025

Miguel Ángel odiaba pintar pero creó una obra eterna


El 10 de mayo de 1508, Miguel Ángel Buonarroti firmó un contrato con el papa Julio II para pintar la bóveda de la Capilla Sixtina, una obra que no deseaba hacer. “Soy escultor, no pintor”, decía. Sin embargo, comenzó la tarea más gloriosa de su vida. El encargo fue impuesto por un Papa belicoso, de mal carácter, que ya antes lo había obligado a regresar a Roma bajo amenaza. Miguel Ángel, igualmente temperamental, se enfrentó a moho, frustraciones, falta de pago y hasta el abandono de sus ayudantes.

Tardó más de cuatro años y medio en completarla. En ese tiempo, pasó de la desesperación (“¡Estoy perdiendo el tiempo!”) al genio absoluto que inmortalizó la creación de Adán, Eva y escenas del Génesis. El 31 de octubre de 1512, la obra fue inaugurada. Julio II moriría meses después.

Paradójicamente, la Sixtina —una pintura que él rechazaba— terminó siendo su legado más admirado. La escultura era su vocación, pero fue el fresco lo que lo hizo eterno. Miguel Ángel murió en 1564 a los 88 años, rico, solitario y considerado uno de los pilares del Renacimiento. Su Capilla Sixtina, nacida entre gritos, moho y orgullo, fue testigo hace días de la elección del nuevo Papa, León XIV.

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